Cueva de Hornos de la Peña y el Bosque de los Caballos, 1 parte
Aquella mañana, nada hacía presagiar que acabaríamos ascendiendo hasta la misma entrada de la cueva de Hornos de la Peña, en Cantabria. Pero como siempre me suele suceder en el mundo de la prehistoria, siempre acabo llevándome gratas sorpresas. Y aquel caballo en la entrada fue una de ellas. Pero no adelantaré acontecimientos, puesto que aquella mañana lluviosa, decidió abrir el cielo por nosotros, cuando todavía quedaban las últimas hojas del otoño en los frondosos, húmedos y mágicos bosques de Cantabria, tierra de sueños, de mitos y de leyendas, para que disfrutáramos de aquellos caballos sorprendentemente en libertad, al trote entre nuestras diminutas huellas, frente al espesor de aquellas alfombras de hojas secas y musgos aferrados hasta las mismísimas entrañas de los árboles.
Aquellos caballos, en marrón, negro o caoba, se dibujaban cual pasado prehistórico frente a mis ojos. La emoción cortaba mi respiración, pues su curiosidad, huidiza al principio, les hizo aproximarse a pocos metros de nosotros. Mis ojos y mis dedos, acostumbrados a los ocres, dibujaban en el aire, aquellos seres presentes y pasados, que tantas otras veces habían representado nuestros ancestros en aquellas mismas tierras. Frente al absoluto silencio de aquel bosque, ellos y yo, nos miramos, como el que mira a los ojos del no-tiempo, y descubre que somos la misma cosa.
Y entonces, sonaron las patas, como cascos contra el suelo, de aquellos dos caballos negros como el carboncillo de las mismas pinturas que nos legaron nuestros ancestros.
Como presa de una emoción inexplicable, la respiración se entrecortaba, pues me encontraba rodeada de aquellos hermosos y nobles animales como un día lo estuvieron ellos. Como un día les recordó y les dibujo el hombre prehistórico.
Al llegar la tarde y tras observar el mapa, descubrí, que aquellos bosques, antaño sin carreteras, no estaban demasiado alejados de una de las 10 cuevas más importantes de Cantabria. Y ascendimos, con los últimos rayos de luz a nuestras espaldas, con la emoción, de un niño que descubre el mar. La cueva estaba cerrada, pero sentirse allí, frente a aquellas paredes grabadas por ellos, frente a la techumbre de un gran abrigo que fue su hogar y donde sus voces, todavía resonaban en la memoria de cada roca a nuestro alrededor, fue muy emocionante. Pero la gran sorpresa, tras algunas fotografías, consultas en los catálogos que siempre llevo en la mochila y un zoom hicieron que la gran emoción vivida aquella mañana en los bosques, se materializara en un hermoso caballo grabado en la misma entrada de la cueva datado en 18.000 años. Junto a él, otras figuras en la entrada de las que ya no se aprecia nada y las figuras del interior, pero de estas os hablare en la próxima aventura, que sin duda, no tardará mucho.
Presente y pasado, la simbiosis de los caballos en los bosques de Cantabria con los grabados de hornos de la peña. Os aseguro que valió la pena experimentar con los sentidos, aquella emoción, pues nada puede compararse con el olor a hierba mojada, el sonido del trotar de sus patas, o la antigüedad de un grabado en una cueva de Cantabria. Un pasado que vive cada vez que uno de nosotros lo visita, un presente que recrea aquel pasado. ¿Se puede pedir más? Viajar a la prehistoria es vivir la prehistoria.
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